Bienvenidos

Es momento para volver a hablar con las piedras, plantas, animales; de reencontrar la vinculación sagrada con las montañas, los ríos, las cascadas, los valles; para recuperar la conexión con el espíritu del agua, del fuego, del viento, de la tierra; para reencontrarse con los procesos de acrecentamiento de la conciencia y adentrarse a otras realidades invisibles, para desempolvar de la mente todo la ciencia y tecnología material y sutil desarrolladas por los abuelos, para vivenciar el reencuentro telúrico con todos los seres, para reiniciarse en los procesos de fusión cósmica....
Es momento de hacer rituales que den significado a los actos. Es momento de lo sagrado que no es otra cosa que el significado mismo que le otorgamos a las cosas que valoramos.

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domingo, 10 de junio de 2012

De la tierra y del hombre


Fue virgen, fue solemne, fue madre nuestra tierra
y en cada condición acrisoló sus montes,
sus ríos, sus cavernas de frutos silenciosos,
sus joyas de rocío que amamantan a la abeja,
sus prados cual mantel en el festín de la existencia.
Y el hombre, sólo el hombre, se coronó en su altura,
la poseyó de noche, acarició sus costas,
recogió con sus manos la pulpa de sus bosques,
el frío mineral, la verdura luminosa
y el sempiterno viento de playas y desiertos.
La abandonó, se dice, la dejó por ciudades
que en ebria fantasía no pudieron imitarla,
con torres de cristal heladas como peces
y como tal inmutables, tristes, silenciosas.
Se desprendió del pan sin ver la arquitectura
que del trigo enseñaba su paz al campesino,
se hizo doctor, gerente en las mareas,
obispo de las rosas, ministro en los ocasos
y se vendió, compró, llenó contratos con la luna,
le puso horario al sol y al cielo de las lluvias.
Su amor no resultó, no era la tierra
la novia taciturna, la mujer sin boca,
y una explosión se alzó, tifones, terremotos
y aludes en la selva aplastando al pobre hermano.
También contaminó la mesa en que comía,
dejó sin flor el bosque, defecó en las piedras
y no dejó a sus hijos más que el sueño de salvarla.
El hombre aquel murió, la tierra casi muere,
viuda, solitaria, estremecida en los dolores
de cataclismos para los que no tuvo jamás remedio
y atropellada entonces por el bastión de los sin alma.
Con ella quedan ya sólo rincones de agua pura,
gavillas de esperanza que el heredero ya conoce,
nos llama, nos llamamos a construir desde la ruina,
a dejar para los árboles un corazón menos reseco
y un mundo con fervor que reconoce sus errores.
La tierra no es del hombre, el hombre es de la tierra,
y nosotros cantaremos cuando regresen a su abrazo.

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